sábado, 23 de febrero de 2008

Al mejor estilo de nuestro amigo Mildo


Me voy a permitir, al estilo de los mejores blogeros que surcan el hiperespacio, hacer un pequeño excursus en este docto blog dedicado a las profundidades del mundo del running. Y todo ello para complacer la necesidad de nuestro amigo de sensibilidad extrema, que no puede resistir el abrir este rincón del pensamiento y encontrarse con la tibia de ese maromo mirando a Cuenca. Ya decidiré al final de esta reflexión con qué imagen decorarla, que espero que sea del gusto de los lectores.

Pues bien, hablaré de un tema que me ha recordado el paseo matutino que he paladeado esta mañana por Valdelating. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de la compañía de uno de los amigos que me metió en esto del running, el sr. Bañon, quien también responde por el nombre de Inaaaacio. No voy a volver a evocar la belleza de los caminos valdelatieneses (ahora que lo pienso, lo único feo de Valdelatas es el nombre), ni el perfecto tiempo que nos ha acompañado. Durante los 50 minutos de ejercicio, no hemos parado de charlar, y me he encontrado bien. No bien físicamente (que también), sino personalmente. He recordado esa complicidad que se inició ya hace muchos años, al otro lado del charco, donde el destino nos llevó a coincidir después de 6 años en la carrera (universitaria en este caso). Pasamos unos meses memorables en Nueva York, en compañía de otro buen amigo, y en su caso más tarde también primo. A la vuelta a Madrid seguimos viéndonos con frecuencia, en aquellos años en los que nos casábamos y empezábamos vidas distintas. Recuerdo con mucho cariño su boda con Marco Polillo (Adela, que no se casó con un tío), y los fines de año en Cardeña. Podría dedicar mucho tiempo a ellos, pero quizá aburriese más aún a los que no tienen ni idea de lo que va este excursus.
Pero vinieron los hijos, el trabajo, las circunstancias... total que, sin perder nunca el contacto, nos distanciamos, al igual que me ocurrió con otros muy buenos amigos de entonces, e incluso de antes...
Junto con Comb -al que ya dedicaré otro post- hace ya cuatro años, me empujaron a correr. Con sutileza -vente los sábados a Valdelatas, que corremos despacio...- Bendito momento, bendita decisión de correr. Gracias a este rollo he recuperado a mis Amigos -mención especial también para alguno de los de antes, verdad Cami?-, y he hecho grandes nuevos Amigos. Muchos kilómetros, con sus carreras, entrenamientos, lesiones, viajes... y lo que nos queda!!!

Bueno, ahora ya sé que foto sustituirá a la tibia. Seguro que también será del agrado de nuestro sensible lector :-)

8 comentarios:

Cami dijo...

Querido Carcasona, muchas gracias por librarnos de esa terrible y dolorosa imagen y efectivamente creo que no se ha hecho una foto igual en el mundo del atletismo amateur como la que encabeza este post. Tres amigos con la camiseta nacional entrando en un estadio olímpico, después de que dos de ellos completaran un maratón extraordinario, con un final solo comparable al de Berlín 07.

Por cierto, nunca recuperaste mi amistad, porque nunca la perdiste, siempre estuviste ahí, tu más que yo, pero es que siempre has sido mejor amigo y mejor en todo menos en el maratón..., por ahora...

En todo caso me alegra mucho que gracias a las carreras nos veamos casí tanto como cuando estabamos en el cole

Peregrino dijo...

Cierto, no se recupera lo que no se pierde, pero sin duda retomamos la relación, poniendola donde en el cole (tadavía hoy mi madre recuerda las tardes en las que estaba como una lechuga pasa en casa y llamabas para estar un buen rato encadenando chorrada tras chorrada...)

Ignacio B. dijo...

Querido Alfonso,

Gracias con todo mi corazón por quitar la foto anterior (espero que a nadie se le ocurra colgar las del "achaque" del futbolista del Arsenal). Y por todo lo demás: desde 1990 hasta estas palabras en el blog.

Volver a correr mano a mano contigo ha sido estupendo. Sólo he echado en falta la falta de aire por mi precaria forma física, pero todo se andará. Volver a rememorar contigo los orígenes de Valdelatas, cuando aún nos permitíamos correr por delante de tí, ha sido precioso.

Respecto a la foto que has colgado, he pensdo mucho sobre el mágico momento del sprint en Amsterdam. Siempre he querido describir al menos este sprint, ya que se me quedó el maratón sin crónica. Hace unos mese, con mucho retraso, lo hice por fin. Ésta es la descripción:

"Recuerdo que, ya muy avanzada la carrera, en Voldenpark, me di cuenta de que ya no alcanzaría a Alfonso. Estaba ya en el kilómetro 39, y se desvanecía esa pequeña esperanza, alentada, por qué no decirlo, por mi espíritu competitivo. Correría entonces esta carrera en solitario, sin compañía alguna durante más de tres horas. Recuerdo también que me alegré por Alfonso: por fin iba a correr el maratón que se merecía, sin parar de correr y logrando bajar de tres horas y media.

En Voldenpark también se acaban las últimas fuerzas físicas. El ritmo mantenido durante decenas de kilómetros se hace demasiado incómodo. Y los pensamientos alentadores, durante tanto tiempo familiares, dan paso a unas ganas insoportables de acabar. Durante el trayecto por el parque (unos tres kilómetros, que se hacen más largos que los 38 anteriores) intenté seguir el ritmo de una mujer rubia, recia y atlética, para mantener una referencia que yo solo no encontraba. Cuando por fin salíamos del parque, me encontré con una pequeña cuesta arriba. Bajé el ritmo. Después de haber llegado hasta allí, no quería ninguna sorpresa en el último kilómetro. Pero iba a tenerla, pese a todo.

Continué subiendo hasta el kilómetro 41, con cuidado con la trazada para no pisar los carriles del tranvía, ni prolongar la carrera un paso más de lo necesario. Por fin coroné la cuesta, y miré calle abajo, a la última recta antes de acercarnos al estadio. Y no creí lo que ví: unos cien metros más adelante, en la parte derecha de la calzada, estaban Alfonso y, a su derecha, Cami. Los distinguí por sus dos camisetas rojas. Era increíble: después de correr solo durante 40 kilómetros, iba a encontrarme con Alfonso en los últimos metros de carrera, entrando en el estadio olímpico.

Mientras recortaba metro a metro las distancias, ya en el último kilómetro, pensaba en qué hacer. Las ideas más peregrinas cruzaban mi cabeza: desde la más respetuosa de mantenerme detrás de éllos, hasta la más traidora de adelantar a Alfonso por sorpresa en la recta de meta. Sin haber tomado una decisión alcancé a la pareja, justo cuando se gira ala derecha para, enseguida, entrar en el estadio donde se corren los últimos 200 metros.

Me puse discretamente a la derecha de Cami que, al verme, dio un pequeño respingo de sorpresa. Enseguida me cogió la mano y me dijo palabras de ánimo (“¡qué carrerón, qué carrerón!”), que me emocionaron. Tras tanto cansancio y tanta soledad, fue como reencontrar a un amigo en el desierto. A Alfonso no me dio tiempo ni a saludarlo. Ya entrábamos en el estadio olímpico donde íbamos a vivir un sprint único, inolvidable, casi imposible. Tras tantos sprints vividos en decenas de entrenamientos, tantos piques en carreras, íbamos a disputarnos el maratón de Amsterdam en los últimos metros...

Es posible que, viniendo más rápido desde atrás, les adelantara ligeramente en la misma puerta. Pero de pronto vi con sorpresa que Alfonso cambiaba el ritmo y se alejaba delante de mí, justo en el túnel de entrada al estadio.

Dió igual lo que hubiera pensado antes. Sin darme cuenta, me fui como un rayo tras Alfonso, pisando ya la roja pista del estadio. Metro a metro me acercaba, sabiendo que alcanzaría a Alfonso. Cuando logré emparejarme con él, noté como aflojaba, suspiraba y decía algo así como “no puedo”. Mientras le adelantaba, le dije “¡vamos!”, tratando de animarle. Pero seguí de frente, dejándole atrás. Entrábamos en la curva del estadio, y mantuve un ritmo fuerte para evitar sorpresas. Además, me ceñí a la parte de dentro de la curva, desde donde adelanté a varios corredores. En una ocasión tropecé con un cono que delimita la pista, y poco faltó para que me cayera al suelo.

Por fin enfilaba la recta de meta. Unos ochenta metros me separaban del fin del Maratón. Atrás quedaban tanto entrenamiento, tantos kilómetros, el pequeño sufrimiento de la última parte de la carrera. Atrás quedaba Alfonso. O eso creía yo.

Tal vez había aminorado un poco el ritmo sin darme cuenta. Y me había abierto un poco a la derecha, buscando una zona con menos corredores. Cuando de pronto, ¡oh, sorpresa mayúscula!, Alfonso vuelve a adelantarme por la izquierda, como una exhalación, jaleado por el fiel Cami. No puedo creerlo: ¡otra vez!, yo que le daba ya por acabado y bien acabado. Aunque ya no tengo fuerza alguna, otra vez me veo lanzarme tras él sin ni siquiera pensarlo. Otra vez aprieto y aprieto hasta que la distancia entre ambos comienza a reducirse. Faltan ya pocas decenas de metros cuando por fin lo rebaso. Increíble. Esta vez mantengo el ritmo lo más alto que dan mis piernas, miro un par de veces para atrás (ya no me fío de nadie) y cruzo la meta, acompañado por Cami. Luego me paro bruscamente. Me flaquean las fuerzas. Cami me sujeta. Estoy algo mareado: he llegado realmente exhausto, culminando un gran Maratón y un momento irrepetible con mi siempre gran amigo Alfonso, que a veces se convierte en rival circunstancial.

* * *

Ahora que han pasado muchos meses desde esta carrera, y muchas horas de recuerdos del bello final del maratón, pienso que la actitud realmente heroica fue la de Alfonso, no la mía. Alfonso llegó a sacarme varios minutos en carrera, pero “pinchó” al final. Por eso conseguí alcanzarle en el último suspiro de la carrera. A estas alturas, Alfonso iba francamente mal, pasando su pequeño calvario, ya casi arrastrándose hasta la meta. Cuando le alcancé, en una muestra de su admirable raza, intentó plantarme cara. Pero es obvio que tenía pocas posibilidades. Lo asombroso es que lo intentara por una segunda vez, tras haberse desfondado la primera. Y por fortuna para mí, ese segundo intento lo llevó a cabo cuando yo aún tenía margen para volver a adelantarle. Si no, me habría dejado con dos palmos de narices. ¡Qué grande es Alfonso, aunque pinche en los maratones!"

Nacho dijo...

¡Así da gusto!

Gracias.

Nacho

Unknown dijo...

Chicos, me habeis emocionado. Dejo de correr una semana, me reencuentro con el esquí (¡qué gozada!) me atrevo a echar un ojo al blog, y casi lloro

Cami dijo...

La verdad Bañón que emotivo recordar ese final, que vivi en primera persona como testigo privilegiado de ese sprint, que me puso la piel de gallina mientras corría y que me vuelve a emocionar ahora después de tanto tiempo al leerlo.
Gracias a los dos por dejarme compartir esa foto histórica

Peregrino dijo...

Joer Inaaaacio, pedazo de crónica. Desde mi lado vi ese sprint de una manera menos sofisticada, aunque igual de sufrida. También me alegré mucho por ti, ya que en esto del maratón el espíritu competitivo no sólo es individual, sino colectivo. Incluso lo individual pasa a un segundo plano, si me apuras.

Mis pensamientos de entonces siguen frescos hoy:
"A ver si se acaba esto"
"Leches, de dónde sale Inaaacio"
"Coño, que me pasa"
"A por él"
"Ya le tengo"
"No puedo!!!"
"Qué bárbaro, vaya pedazo de sprint se ha marcado"
"Debe ir por debajo de 3! De donde ha sacado las fuerzas?"
"Cómo me duelen las piernas (justo al pasar la meta)"
"En el próximo bajo de 3:30 seguro"

Mildolores dijo...

Increible.
Casi me emocionais a mi también.
Es un post precioso, lleno de sentimiento, pero las respuestas de los amigos no se quedan atrás tampoco, especialmente la de Ignacio con esa descripción tan grafica del sprint de la foto.

¡Que suerte la vuestra!
¡¿Dónde habrán quedado todos mis amigos del cole?!
Mis recuerdos adolescentes sin duda se terminarán desvaneciendose en el tiempo porque no habrá nadie que me los haga recordar.

Mi mas sincera enhorabuena por seguir unidos.