El Todopoderoso había construido ya el universo y estaba contemplando el espectáculo cuando uno de los numerosos proyectistas que habían colaborado en el designio divino se acercó a él con un cierto desconcierto.
¿Deseas algo?, le preguntó el Creador con aspecto risueño.
Sí, Señor, antes de que des tu bendición a esta obra tuya, quisiera mostrarte un pequeño proyecto en el que hemos trabajado un grupo de jóvenes, y sacó de su carpeta un folio con el dibujo de una especie de pequeña esfera, situada bajo la protección de una estrella que la calentaba.
Déjame ver, dijo el Todopoderoso, como si no estuviera enterado del proyecto de sus ángeles más inquietos. Parecía un planeta más, pero más pequeño y menos interesante. Solo que, según sus arquitectos, en él habría vida.
Sonrió Dios mientras observaba la elaboración de una de sus ideas preferidas: un espacio con seres naciendo, creciendo, fructificando, multiplicándose y muriendo. Miles de espíritus habían elaborado el proyecto y dibujado los distintos seres en sus detalles más nímios: bacterias, virus, camellos y dromedarios, cuyas diferencias no aparecían claras en los bocetos, dinosaurios, elefantes, con una enorme nariz a la que llamaban trompa, las ballenas, acogidas con enorme simpatía por los ángeles, las mariposas, los perros a quien un querubín solitario llamó con entusiasmo Boby. La asamblea de espíritus participaba con atención, soltando silbidos o aplausos, mientras miraban de reojo las reacciones de Dios, de aceptación o rechazo.
Cuando parecía que el concurso de ideas tocaba a su fin, se presentó un espíritu arquitecto ligeramente desaliñado con un folio en que presentaba dos animales extraños y, aparentemente, inacabados. El macho y la hembra tenían cuatro extremidades, pero, aparentemente, solo se movían con dos.
El Creador se sobresaltó al recordar su idea primitiva y sus dudas sobre su oportunidad. No resulta muy atractivo, señaló, ¿qué utilidad tienen?, preguntó, como si el asunto le resultase nuevo.
Señor, a pesar de la apariencia de este simio especial, me he atrevido a idearlos a tu imagen y semejanza. Serán los únicos que tengan razón, el único capaz de ser consciente de tu existencia.
Dios sonrió interiormente. Ningún ser vivo, sea de la clase que sea, será indiferente a mi existencia, pensó. Tendré que sugerir a su tiempo a Francisco de Asís que lo señale con claridad, porque estos seres (los humanos) serán, a veces, tan majaderos que se creerán autónomos. Esto lo masculló con una cierta ternura, al recordar todo su proyecto para lo que, todavía, solo era un diseño en un papel. Y sin que se notase su especial interés por la nueva propuesta la aprobó con la misma fórmula con que había aceptado las pulgas o las langostas.
En ese momento, cuando parecía que la audiencia tocaba a su fin, se acercó titubeando un espíritu espigado, ligeramente arrogante, con un diseñó que inmediatamente llamó la atención de la concurrencia: se trataba de unos seres semianoréxicos, con dos piernas enormes y un cuerpo desgarbado. Son los runners, Señor, comentó Loyola, el complemento y la alternativa a los seres humanos.
A Dios le cogió desprevenido. Era consciente de todos los problemas que iba a acarrear la existencia de los humanos, pero no ubicaba a los runners. ¿Cuál es su razón de ser?, preguntó. Los hombres que acabáis de aprobar pueden ser intelectuales… comenzó a decir el espíritu intrépido. ¡Qué horror!, soltó el Señor, ¡cuántos problemas! Exactamente, Señor. Por eso sugiero estos nuevos vivientes que dedicarán su tiempo a correr, ofreciendo una alternativa sana a los problemas que inevitablemente crearán y experimentarán los humanos.
Pero, ¿no aumentará su soberbia a medida que consigan superar las dificultades y acortar sus tiempos? Oh, no Señor, sonrió pícaramente. Ese peligro es real, pero el remedio inmediato. Serán muy conscientes de sus debilidades, de las limitaciones de su físico, de las lesiones. No habrá fisioterapeutas suficientes para mantener indefinidamente su tentación de autosuficiencia. Tendré que crear algunos curas para animarles y conducir sus sillas de rueda, se prometió el Todopoderoso, mientras el espíritu se prometía que su idea estaba siendo aceptada.
Dios era consciente de que cada espíritu se había encariñado con las criaturas que creía haber diseñado, pero sintió especial simpatía por este ágil ángel mensajero, acostumbrado a cumplir a rajatabla los deseos de su Dios por medio de innumerables recorridos entre los diversos cielos, y quiso animarle. ¿No será una fuente de complicaciones tu invento? ¿No hará falta dotar a su existencia de algún sentido? O piensas simplemente en una nueva especie que no aporte nada más que el sentido estético de verles corretear por parques y jardines?
Señor, todas tus especies tienen su razón de existir. Por simples que parezcan han de tener su lugar en el Universo. Cierto es que los runners pueden convertirse en floreros, en una subvariedad sin más de esa especie que te presentó mi hermano, el desaliñado. Pero piensa Señor, que les podemos dar una utilidad. Podemos hacer que correr signifique algo para cada uno de ellos, y que con su ejemplo puedan mover el mundo. Déjame que te explique:
No creemos unos runners autómatas, sólo preocupados por ellos mismos. Dotémosles de los mismos valores que les damos a esos simios con razón, pero elevados a la enésima potencia. Veamos cómo son capaces de utilizar sus talentos en libertad. Sin duda, correr exige esfuerzo, voluntad, exigencia. Démosles esos valores, incrementados. Si son capaces de utilizarlos en beneficio de quienes les rodean habremos contribuido a compensar las ideas que algunos pseudointelectuales más apáticos introduzcan en la sociedad. En el peor de los casos, si alguno es tan egoísta de quedárselos para sí mismo, será un engendro infeliz, pero no más que un egoísta apático.
Dotémosles de algo de inteligencia, como para que puedan discernir dónde están sus límites. Pero que esa inteligencia sea muy flexible, de manera que les permita explorar en los territorios fronterizos, lo que les hará felices. Si lo hacen correctamente, podrán demostrar al mundo que gracias al esfuerzo y solo gracias al esfuerzo puede moverse, progresar.
Hagamos que no encuentren en sus correrías una razón para estar solos, para solo mejorar individualmente. Potenciemos en ellos el valor de la solidaridad, y el de la amistad. Sin duda se encontrarán ante momentos duros, torcidos por lesiones o enfermedades, propias o de sus seres queridos. Si han aplicado correctamente los valores de la autoexigencia y de la no complacencia, seguro que serán más generosos con sus congéneres runners –y aún si me lo permites, con aquellos no tocados con ese privilegio-.
Proporcionémosles la conciencia del ejemplo. Sin duda, estos runners vivirán en sociedad, y pueden ser un buen instrumento para dar testimonio de tu obra Señor. Tendrán una familia, unos hijos a los que inculcarles además del Amor por Ti, la necesidad de ser buenos seguidores de tu hijo. Pero vivirán en sociedades en las que el no premiar el esfuerzo provocará tentaciones de vagancia y debilitamiento moral. Por eso será necesario que vean en sus padres el esfuerzo no solo en lo importante, sino también en lo nimio, ya que muchas veces es más fácil encontrar el ejemplo en las actitudes, no sólo en los actos.
Pero Señor, además de todo lo anterior, creo que debemos pedirles un sentido adicional a su existencia. Aquí es donde me encuentro con alguna dificultad en mi planteamiento, pero sé que Tú serás capaz de completar mi propuesta. Debemos dotar a los runners de algún objetivo, para evitar que corran en círculos, como gallinas descabezadas. Necesitarán de entrenadores, en el plano físico para evitar lesiones y aplacar sus ansias de tomar atajos para llegar antes a la meta. En el plano espiritual no estaría de más, Señor, que les presentásemos también consejeros, para que pudiesen reconducir esa energía extra que les va a proporcionar el correr tanto a ser partícipes en tu obra. ¡Hagamos de ellos peregrinos del mundo, apóstoles del mensaje de tu hijo! Estarán en el camino Señor, pero éste debe conducirles a alguna parte. Y esa parte de la propuesta no soy capaz de rematarla.
Por último, Señor, si me permites una pequeña licencia, presentémosles unas parejas excepcionales. Parece que hemos consensuado que el día tendrá 24 horas para todas las especies, y que no podemos hacer excepciones, ni siquiera en el caso de los runners. Para poder estar a punto necesitarán entonces robar algunas horas a esos días tan inflexibles en cuanto a su duración. Ellas servirán de apoyo a todos sus esfuerzos y podemos utilizarlas para que, junto a los consejeros y entrenadores, les llamen la atención cuando se les vaya la cabeza y parezca que lo convierten en una obsesión. Además les acompañarán a aquellas carreras en donde de verdad pongan a prueba su capacidad.
Loyola era honrado y no podía engañar, pero, sin sospecharlo, quedó atrapado por las razones que en el futuro esgrimirían los actores de su propio invento. Señor, el ejercicio mejorará tanto sus capacidades que llegarán a todo con nuevos bríos y mejor espíritu. ¿Se acordarán más de su Creador?, siguió insistiendo Dios. Al menos tendrán motivo, pensó inquieto el proto-runner. En efecto, mientras corren, tienen una inmejorable ocasión de pensar en lo que son, en su origen, en su larga peregrinación, en la meta final, en la suerte que tienen de haber pasado de un boceto a la vida eterna. Sí Señor, contestó con esperanza, si son felices y capaces de amar, te darán gracias porque tú eres la fuente de sus capacidades y de su alegría.
Dios quedó complacido ante la verborrea de Ignacio. Y creó a los runners. Les dio aquellos valores solicitados por el de Loyola, y les confió además a su ángel favorito para que les acompañase en su camino, para que con su paciencia cuasi infinita les recordase la razón de su existencia, y no permitiese que olvidasen nunca hacia dónde tenían que encaminar sus pasos.
Sonrió complacido. Tuvo ante sí a todos los chiflados que su creación iba a generar y pensó que era bueno. Pasaron ante sí a aquellos runners que corrían por montes, valles, parques y ciudades: camis, inmas, alfonsos, javieres, luises, ignacios, adelas, matéses, joanes…pintorescamente ataviados, extrañamente competitivos, filósofos en los primeros kilómetros de sus carreras ligeramente congestionados en los últimos, solidarios en sus caídas…y pensó que era bueno. Fue consciente de que quedaban cabos sueltos para que fuesen del todo como él quería, pero, para abordar ese tema, además de a su consejero favorito pensó en darles voluntad y buen espíritu.
Finalmente, estampó su firma en el proyecto “runners”.
5 comentarios:
No soy tan desgarbado....
Ni de Loyola...
Eso en parte...
Preciosa entrada. Una buena forma de motivar a estos ángeles corredores la preparación de la cita de Barcelona, para la que si no me equivoco quedan tres meses y unos pocos dias.
Es decir el tiempo ideal para preparar el siguiente maratón.
Sea pues.
Muy buen texto. Me ha encantado.
Slds
Publicar un comentario